Mientras fregaba zapatillas, recordaba sus palabras como flechas «Si seguís jodiendo, me llevo a los chicos». Y si se concentraba y recordaba con ganas, le volvían los escalofríos y la piel de gallina. En eso se cortó la luz y Eliana rajó una puteada sentida al aire quieto del atardecer del barrio. Adentro del lavarropas le quedaron los uniformes que los chicos tenían que llevar al día siguiente para el acto y que pensaba secar con el caloventor durante la noche. «Y bueno», pensó, «que vayan con los uniformes sucios; no puedo hacer magia».
Al día siguiente, parada entre la multitud de padres ansiosos y mientras miraba el reloj porque se le hacía tarde para ir al trabajo, vio orgullosa venir a Lautaro de escolta. Mientras intentaba sacarle fotos con el celular sin zoom, escuchó el murmullo ácido de otras madres: «cómo lo va a mandar así de roñoso a la bandera… no tiene cara». Eliana se puso a temblar y se quedó mirando un rato para abajo. Quiso llorar pero ni eso pudo. Y encima, recordó que esa noche, a los nenes les tocaba conectarse a la hora de la cena para una cita con el papá, que llegaba del trabajo a esa hora y se encontraba con ellos en un servidor para jugar videojuegos un rato, mientras ella cocinaba o bañaba al que no jugaba. Recordó de nuevo sus palabras como flechas «si seguís jodiendo, me llevo a los chicos». Esta vez, una de las flecha la atravesó, se le infló la vena yugular como un caño a presión y, mientras sonaba el himno, lloró.
4-jul-2017